Agencia La Oreja Que Piensa. Por Carol Calcagno (*)
El arte viste de mil maneras al igual que la bohemia, pero el verdadero artista se percibe en el aire, quizás con solo observar la manera de sentir. Tal es el caso de Christian Van Lacke, quien trasmite con naturalidad los distintos matices que pueden albergar la música creada, desde un aspecto muy importante como es el respeto supremo hacia la composición.
Nació en Buenos Aires, ciudad en la cual dio sus primeros pasos musicales. Más adelante se mudó a España, Venezuela y Perú, lugares donde continuo formándose en voz y guitarra. En el año 2007, fue parte de la banda Tarkus grupo donde su padre, Guillermo Van Lacke, tocó durante la década del 70; hasta que armó Tlon, con quien editó tres álbumes bajo el sello alemán Nasoni Records.
En el año 2013 creó Christian Van Lacke & La fauna, grabando cuatro discos con el sello peruano Urbanoid Records. También participó en los grupos Tortuga y Comeflor. Acompañó a diversos artistas como Claudia Puyó, Litto Nebbia, Jorge Durietz de Pedro y Pablo, Castello Jr de Aeroblus. Y músicos de Perú como Pacho Mejía de Black Sugar, Papi Castrillón de Los Saicos. Y grupos como El Pólen y Telegraph Ave.
En el 2017 lanzó un disco solista doble Fauna – Información Catedral grabado en el estudio de Litto Nebbia. Y otro acústico llamado Raras versiones acústicas de edición limitada. Aparte de Comeflor volumen II registrado por su propia marca.
Christian con sencillez abre las puertas de su casa de Boedo, y en compañía de Syd, su perro siberiano empieza a hablar de la vida. Y también de la música. Y de la sutileza que provocan las emociones. Mientras el silencio salpicado por el ruido de la lluvia de este miércoles gris, cae sobre el techo de metal del patio, generando un clima melodioso.
Las reflexiones viajan hacia el pasado regresando inmediatamente al presente. Entretanto en un rincón de la última habitación donde están los discos y los cuadros y los instrumentos quizás futuras notas esperan ser creadas. Por lo pronto, donde las sillas rodean la mesa redonda de la cocina, el celular comienza a grabar…
-¿Cuáles fueron tus primeros discos?
Los primeros discos los compré a mis 7 años. Uno fue Yendo de la cama al living de Charly García y Me vuelvo cada día más loca de Celeste Carballo. Imagino que los quise tener por un par de canciones, las que se escuchaban en la radio. ¡Cómo cambiaron los tiempos… ahora los chicos escuchan basura! En los 80 acá en la Argentina sonaba tango, folklore y mucho rock… y pasaban bastante los temas Yo no quiero volverme tan loco, y Me vuelvo cada día más loca.
-¿Y qué pasaba con la locura?
Para un nene de 7 años era una palabra misteriosa, aunque me atraía la canción y la música. Y como buen chiquito la escuché 200 mil veces hasta aprenderla de memoria. Gasté esos dos temas como si fuesen dibujos animados. Después de unos años terminé de descifrar el por qué y entender la revolución que causó el rock en mí.
-¿A esa edad ya sabías que ibas a ser músico?
Sí. Pensé que iba a ser baterista. De hecho a los 10 años tuve una batería a medio pelo, pero me cansé, necesitaba la melodía. La batería la veo más grupal; yo buscaba crear un atmosfera más melódica. De ahí me pasé al bajo porque me resultaba más fácil y a los 12 años empecé con la guitarra. Me prestaron una viola de palo con la que tocaba cualquier cosa… ¡tipo locuras creativas! A los 13 ya hacia canciones como si fuese parte de un oficio pequeño. Sentía que era guitarrista… aunque nunca se termina de aprender a tocar. Un instrumento es infinito ni en la otra dimensión sabremos definitivamente.
-¿Cuáles son los momentos de creación?
Mi lirica va más por lo místico. Son instantes de introspección. He creado con gente alrededor, pero el 95 por ciento es cuando estoy solo. Entro como en una fase mística, no podría decirte si es un estado de luminosidad u oscuridad… es como viajar por el universo, me entero que volví cuando terminé una canción. Quizás los discos salen en una semana porque las composiciones surgen de tirón. Siento una electricidad de manera natural… me ha pasado de estar en la cola del banco y en tiempos donde no existía el audio en el celular, se me venía una melodía a la cabeza y era salir rápido, tomar el colectivo, memorizar sin hablar con nadie, llegar a casa y grabar. Recién ahí me quedaba tranquilo. Después volvía al banco.
-¿Corregís lo que creas de tirón?
Después de crear, viene el alivio y no tengo obsesión de corregir, sale naturalmente, no pienso en armonía ni intervalos. Hay veces que durante el transcurso de media hora, me dan ganas de poner un puente o algo más, entonces ahí es cuando le agrego la lógica.
-¿Te arrepentís de algo?
No, te juro que no, quizás si hubiese sacado un disco a temprana edad. Yo grabé de grande, pero supongamos que editaba un disco a los 13 años, posiblemente ahora me sonaría muy ingenuo. En ese momento escribía canciones que hablaban del sufrimiento volcadas al existencialismo: ¿para qué vivo?, ¡ya no puedo más! acostado en un sofá mirando la nada…tenía 13 años, ¡me entendés!
¿En qué momentos se dieron tus grabaciones?
Me tomé tiempos cíclicos. Viajé, experimenté, tomé conocimientos, medité hasta que empecé a grabar. Hoy llevo registrado 17 discos y todo surgió en un lapsus de 11 años. Al ser más grande tengo algunas cuestiones claras: sé lo que quiero, lo que soy, lo que puedo dar, lo que quiero decir y cuál es mi nota. Obviamente sigo aprendiendo, por supuesto, pero algo ya me conozco.
-Entonces, ¿la edad va con la composición?
He escuchado por ejemplo: ¿Cómo puede ser que a los 19 años componga un tema tan profundo como Yo vengo ofrecer mi corazón? Y sí, escribís profundo, a los 10 también podés escribir profundo. Estas a flor de piel y es honesto lo que se trasmite.
-¿La música debe ser honesta?
Soy honesto, no especulo con la música, para mi es sagrada. No me interesa meter un tema gancho, hago lo que siento… y ya. Lo que me dictan de arriba, porque la verdad no sé si es mío. Lo que llega viene de otro lado y uno lo traduce, nada más. Si me hace bien confío en la utopía que le hará bien a otras personas. La música es para hacer el bien no para hacer el mal. Aunque hable de cosas de mierda, puede que sirva para despabilar.
-¿En qué momento sentiste que lo tuyo tenía que ser también de los demás?
Estaba reacio a sacar discos, me sentía sapo de otro pozo. Esta música que vengo componiendo hace 11 o 12 años lleva las mismas notas que hacía a fines de los 80. Y siempre me atrajo el tema de los platos voladores que ahora está forzadamente de moda. En ese momento creo que no lo compraba ni el loro. Cuando empecé a editar había una efervescencia hacia lo místico, hacia la estética de los 70 no solo en la música, sino también en lo visual como la fotografía, por ejemplo. Y yo, ignorantemente, después me enteré que en Europa estaban dando vuelta aquellos valores perdidos y esenciales del rock que para mí eran familiares. Pasó con el disco de Tlon, lo sacaron en el año 2008 en Alemania en formato vinilo. Llegó a casa una caja sin que yo sepa que existían. Ante esa sorpresa tuve una reacción instantánea de seguir.
-¿Sentís alguna diferencia entre tocar fuera o dentro del país?
No siento la geografía, si las distintas culturas, creo que cuando viajas tanto y curtis, te das cuenta que todo es lo mismo. Y que no debería haber tanta división. Por ahí en la gente notas la idiosincrasia de cada lugar. Yo viví en Europa, en Venezuela, en Perú estuve casi 9 años… ¡ya era paisano! Entonces lo que se ve es la reacción, podes tener un público más tímido y quizás se están prendiendo fuego y no sé les nota. En cambio, acá en Argentina la gente es visceral… ¡hay veces que se pasa de rosca!
- ¿Cómo vivencias el escenario?
La música es estar en otro lado, transporta. Lo que hago viene y va, creo que es totalmente inmaterial. Y el escenario también es inmaterial. Y volviendo a la otra pregunta me doy cuenta, claramente, que estoy en otro país, cuando voy a comprar el pan, por ejemplo, pero cuando tocó no estoy ni en Perú ni en Argentina.
-¿Qué pensas de la masividad en la música?
Lo masivo no tiene que ver con la calidad, ni originalidad, ni talento sino con un buen agente de prensa. O el trabajo arduo de hormiga de tocar todos los fines de semana. Hoy por hoy, todo es independiente, excepto los rockeros que están bajo sellos multinacionales. Los tótems que vendían discos en los 80 y los 90. Ahora todo es para guetos, no es lo mejor, pero es lo que hay. Con internet la llegada es instantánea hay que ser muy selectivo. La masividad esta buena si sabes elegir aunque cuesta encontrar cosas originales.
-¿Crees que la imposición de lo masivo hace que disminuya el nivel de creatividad?
No está todo creado, pero si funciona, se repite. El exceso de las redes sociales está hecho como anillo al dedo, para los vendedores de humo que están dentro de la música. Las discográficas ya no sacan nada de calidad, excepto algún icono que tuvo su palestra. Se escucha mucho Disney, material plástico. Trato de pensar que es un ciclo. La imposición de la música comercial y pasajera por ahí en 10 años nadie la recuerda. Quiero pensar que la música buena triunfa.-
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(*) Periodista y escritora.