Este 20 de julio se cumplieron cien años del nacimiento del intelectual martiniqués, quien avizoró la expansión global del colonialismo
Agencia La Oreja Que Piensa. Por Nancy Morejón | internet@granma.cu
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Fue al inefable editor François Maspéro a quien le oí pronunciar el nombre de Frantz Fanon –que yo no conocía–, en La Habana, en una conferencia internacional en la que Cuba se asomaba, por primera vez, al balcón afroasiático.
Era 1966. Ya Fanon había muerto joven, de leucemia, en 1961, y había alcanzado, para entonces, una reputación como el gran siquiatra que fue, nacido en Fort-de-France, capital de la Martinica, en 1925.
Resulta indispensable reconocer que, por ejemplo, las consultas de sus pacientes conformaron la base y el espíritu de Piel negra, máscaras blancas (1952), una de sus obras clásicas, junto a Los condenados de la tierra (1961), más vigente que nunca en nuestra época. Ambas, Ernesto Guevara de la Serna las hizo publicar en Cuba, a mediados de aquellos años 60, en una pequeña editorial llamada Venceremos.
En esa década se hicieron mundiales sus reclamos contra la alienación que la estructura colonial sembraba en los imaginarios antillanos. Fanon avizoró en sus tempranos escritos la expansión global de ese colonialismo que hace estragos hoy en pleno siglo XXI.
Pero, ¿quién era Frantz Fanon? Siendo todavía un joven estudiante se alistó en las tropas de De Lattre de Tassigny para combatir el nazismo. Terminada la guerra, estudió Medicina en la ciudad francesa de Lyon. Enamorado de los valores independentistas viajó a Argelia, donde fue nombrado médico en jefe en la especialidad de Siquiatría del hospital Blida, de ese país.
Ejerció como articulista del diario El Moudjahid y llegó a convertirse en el embajador del Gobierno provisional argelino en Ghana. Conoció a Patricio Lumumba.
Frantz Fanon, junto a Aimé Césaire (1913-2008) y Édouard Glissant (1928-2011), constituyen la más espléndida tríada de escritores martiniqueños, que nos dejaron un enorme legado de valores anticoloniales para enfrentar nuestro pasado y nuestro incalculable presente. No por azar, Césaire, en un poema visionario, a su muerte (Moi, liminaire, 1962) lo definió como «un guerrero de sílex».
El deslumbrante pensamiento anticolonial de Fanon es, hoy, una guía insoslayable y, en aquel tiempo, fue capaz de iluminar la más difícil etapa de mi adolescencia. Por tan simple razón, lo traigo a estas páginas que lo recuerdan, con admiración, en su primer centenario:
Mi última plegaria:
Oh, cuerpo mío, haz de mí, siempre, un hombre que interrogue.