Agencia La Oreja Que Piensa. Octubre 2012. Por Diego Oscar Cabral Da Fonseca.
Ernesto Guevara fue fusilado el 9 de octubre de 1967 en Bolivia.
Ese mismo día nació una figura inmensa e inmortal.
Fue un hombre que hizo lo que dijo y lo cumplió hasta el último minuto de su vida.
Un ejemplo para muchos de los que creemos que un mundo mejor es posible y con todas las complejidades que se deben afrontar para llegar a eso, porque no hay que esperar que se den las condiciones propicias sino generarlas.
Desde pequeño fue soñador y de grande se convirtió en realizador.
Seguramente y como todos nosotros, los hombres, con defectos y virtudes, pero con la diferencia de tener una voluntad única, un compromiso inquebrantable y una convicción a prueba de todo, además de tomar decisiones que sólo toman aquellos que tienen destinado un lugar en la historia de la humanidad como figuras que dejaron todo (hasta su familia) para entregarse a una causa, que lo diferenció del resto de los mortales.
Como lo dice la carta de despedida a Fidel Castro:
“Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse”.
Un símbolo de rebeldía ante el injusto sistema, y de lucha a favor de los que menos tienen.
Su rostro aparece siempre en manifestaciones en cualquier parte del mundo. Manifestaciones de cualquier tipo, desde políticas, recitales o estadios de fútbol y no es casualidad, siempre en las hinchadas de los clubes más chicos.
El Che y sin acento como se lo corrigió a su fusilador, dejó un legado que merece ser leído, porque sin bien el tiempo y las condiciones político-sociales cambiaron, hay ciertos valores que son atemporales.
La salud y la educación son pilares fundamentales para la vida de las personas, y qué mejor si se acompañan con solidaridad y dignidad.
Entonces, el hombre murió, fue fusilado. Pero sus ideas vivirán por siempre en cada revolucionario. Sus ojos abiertos de aquel final abrupto servirán de guía para todos aquellos que compartimos sus ideas, las cuales arderán cual llama en nuestra conciencia para seguir creyendo y luchando por un mundo mejor, sea desde el lugar que sea, pero con la convicción de que un mundo mejor es posible.